Pobre Kant, como me meto con él… de verdad que no tengo nada en su contra, y por contra rezo por él. Soy consciente de que su inteligencia superó cientos de veces la mía y que de sus conocimientos y escritos no entiendo ni conozco la centésima parte, pero es que me da mucho juego, qué le vamos a hacer.
Valga la siguiente afirmación para cualquiera de “mis” otros escritos: el tema en sí es amplio, y en él hay campo para un estudio fecundo y provechos. En correspondencia a dicho carácter, el ámbito de las fuentes bibliográficas será mínimo, buscando la practicidad antes que la erudición. Dicha erudición, con su correspondiente corrección cuando sea menester, la dejo con mucha humildad en manos de mis sabios lectores.
Le pese a quien le pese, podemos afirmar que formamos parte de la «Cristiandad», entendida como el conjunto de las culturas que han sido influidas por el cristianismo. También cierto que todo nuestro bagaje religioso-cultural nos ha llegado por la mediación del catolicisimo romano aprobado oficialmente por la Corona española, es decir, un catolicismo romano de tinte ultramontano y antiprotestante. En otros países, la reacción de los intelectuales a esta influencia religiosa y cultural fue el abandono y rechazo del cristianismo, y no precisamente la búsqueda de una forma alternativa de cristianismo como es el caso del protestantismo.
Resulta necesario precisar en algo la palabra «protestante». Con ella me refiero no precisamente a los movimientos religiosos surgidos como consecuencia de la Reforma del siglo XVI, sino más precisamente al movimiento caracterizado por los historiadores de la religión como la «Reforma magisterial»; es decir, aquel movimiento de la Reforma que contó con el apoyo de los magistrados o gobernantes, y que está representado por LUTERO, CALVINO y sus seguidores. La otra rama del movimiento reformador, conocida como la «Reforma radical» y que ha dado origen a las Iglesias anabautistas, se ha caracterizado históricamente por su violento anti-intelectualismo y sospecha hacia toda actividad de reflexión sistemática de la fe cristiana.
El pietismo es un movimiento extremadamente mal comprendido, cuando no directamente ignorado; ignorado incluso por aquellos que lo padecen y es a los que va dirigido este escrito. El pietismo se manifiesta como reacción al anquilosamiento del escolasticismo protestante y el endurecimiento de sus categorías, todo lo cual degenera en una polémica violenta, ácida e intrascendente, con una dicotomía absoluta entre la dogmática y la praxis. El principal representante del movimiento es el luterano PHILIPP JAKOB SPENER (1635-1705), quien dio nombre al pietismo con su libro Pia Desideria (1675).
La característica principal del pietismo es la introducción de la subjetividad radical de la experiencia religiosa como criterio normativo para la eclesiología y la teología y un distanciamiento de los contenidos objetivos de la dogmática, a quienes creían responsables de la crisis espiritual de la época. El pietismo ha favorecido la reducción del concepto de Dios a lo inmanente, minimizando todos aquellos atributos de Dios que favorecían la objetividad del hecho religioso. El pietismo reemplaza al Dios trascendente por la experiencia de Dios del sujeto religioso. De manera análoga, es posible alegar que en vez de observar cambios en el sujeto que participa del conocer para que éste se adapte al objeto, Kant insiste en que son los objetos del conocimiento -los fenómenos- los que son afectados por el sujeto cognoscente.
En los ambientes permeados por el pietismo es común escuchar «testimonios» que detallan «experiencias de conversión», en donde el nuevo converso relata cómo era su vida anterior a la conversión y el evento mismo de la conversión para luego extenderse sobre las consecuencias de dicho evento. Tales casos son abundantes hasta nuestros días, en donde es posible encontrar cantantes, personalidades de la farándula, políticos, deportistas, etcétera, que son propensos a relatar sus experiencias religiosas de este modo. De manera similar, Kant alude a una «experiencia de conversión» para justificar la transción de su pensamiento desde el racionalismo dogmático.
Es posible adelantar una vinculación de la insistencia del pietismo en la práctica de la tolerancia religiosa, la renuncia a la teología polémica y la superación de barreras eclesiásticas y denominacionales en adopción de un espíritu abierto a la diversidad. Ecos de esta insistencia pietista en la superación de los antagonismos religiosos son fácilmente discernibles en La religión dentro de los límites de la mera razón, en donde Kant insiste enfáticamente en la superación de las barreras denominacionales (parte del vicio que él denomina como «clericalismo») en el Libro IV, abogando en cambio por el establecimiento del Reino de Dios en la tierra expresado en una “federación mundial de naciones”, o como dicen hoy en día “Alianza de las civilizaciones”. La corriente pietista tomó como uno de sus lemas el dicho agustiniano de “in omnibus caritas”, anteponiéndolo a “en lo esencial unidad”, siendo esencial la propia unidad sobre la roca de Pedro.
Seguro que todos conocemos unos cuantos dogmáticos y otros tantos pietistas, protestantes todos ellos sin ni siquiera saberlo; ¿ protestantes contra qué? contra Roma, por supuesto. Como tantas veces ya he dicho, cada uno que crea lo que quiera o lo que pueda, pero yo, personalmente, cuanto más leo y estudio, también cuanto más haga por los demás, más católico y romano me vuelvo.